El trabajo del corresponsal de guerra no es fácil, pagando muchos de ellos con su vida la realización de su trabajo, esto no es nada nuevo, por el contrario también es una ocupación que a otros muchos les da una fama y una presencia mediática que luego utilizan para lanzar otro tipo de carreras, ejemplos como Hemingway o Arturo Pérez Reverte son de todos conocidos.
La entrada de hoy va dedicada a una situación que vivió un corresponsal durante la segunda guerra Anglo-Boer en Sudáfrica a finales de 1899.
Nuestro protagonista realizaba su trabajo bajo la vitola de ser un hijo de…, en concreto era hijo del británico Lord Rudolph. A pesar de su pedigrí familiar el muchacho se había bregado en la Guerra de Cuba de 1895, en la Rebelión Pastún de la India de 1897 y Sudán en 1898, es decir, no era ningún novato cuando el periódico londinense “The Morning Post” le envió a cubrir la segunda guerra a África del Sur.
Viajaba nuestro amigo en un tren blindado de tropas británicas cuando este fue atacado por los “orangistas”. El corresponsal, a pesar de ser personal no combatiente, se hizo cargo de un grupo de soldados voluntarios con el fin de sacar de las vías los coches afectados. Gracias a su acción consiguieron liberar el convoy que pudo continuar y salvar la complicada situación. Cuando el tren estuvo fuera de peligro, el periodista se armó con el fusil de un soldado herido y volvió al lugar del combate, momento en el que fue apresado por los Boers.
Como su condición de corresponsal de guerra no le sirvió para negociar su liberación, que fue denegada por sus captores, decidió escapar del campo de prisioneros en el que había sido recluido con otros cautivos británicos.
En un descuido de los vigilantes saltó la valla y caminando sin llamar la atención por las transitadas calles de la población de Delagón llegó hasta la estación de ferrocarril. Allí al caer la noche se escondió entre los sacos de carbón que transportaba un tren de mercancías rumbo a Pretoria.
Antes del amanecer saltó en marcha del tren para refugiarse en un bosque, pasó ese segundo día con la única compañía de un buitre. Animal que supongo esperaba que nuestro amigo se convirtiera en un buen almuerzo.
Los siguientes cinco días los pasó alimentándose solo de chocolatinas, descansando de día y caminando de noche a lo largo de la vía férrea hasta que, al sexto día, pudo subirse a un nuevo tren de mercancías cerca de Middelbuy. El destino de este tren era la colonia portuguesa de Lorenzo Marqués, punto en el que el tren fue requisado por las tropas Boers, con la fortuna de no ser descubierto pudo cruzar la frontera.
Una vez liberado el periodista, no solo contó al mundo su periplo, sino que realizó un buen análisis de la situación bélica, por aquel momento no muy buena para las armas británicas. Así en la prensa de la época podemos leer sus opiniones, alguna de las cuales no dejaba en buen lugar a su país, y es que opinaba que “cada boer armado y a caballo valía por cinco soldados ingleses”, por tanto estimaba que se debían cumplir las siguientes condiciones a fin de conseguir la paz:
1. Que Inglaterra reconozca de nuevo la absoluta independencia de las dos repúblicas de Transvaal y de Orange.
2. Que Inglaterra ceda a las repúblicas aliadas el Natal, Kimberly y su territorio, y los distritos de la Colonia del Cabo.
3. Que Inglaterra conceda una amnistía general a todos los colonos de sus tierras que resulten afectados en la campaña.
4. Que pague una indemnización de veinte millones de libras.
Vistas las condiciones, no hay lugar a dudas que lo que estaba sugiriendo es algo muy parecido a una rendición. Al contrario de lo que pudiera parecer con las opiniones de nuestro amigo el plumilla la guerra terminó con la victoria británica, que incluyó ambas repúblicas al Imperio Británico, aunque acabó pagando una fuerte indemnización de 3 millones de libras y pocos años después, en 1910, se crearía la Unión Sudafricana.
La gran difusión de su periplo africano dio a nuestro amigo una gran popularidad, algo que no dudó en utilizar para lanzar una carrera política aún mas grande de lo que había sido su carrera periodística, así es que ha llegado el momento de dar el nombre de nuestro amigo, ya que esta anécdota es más interesante por la identidad del protagonista que por el hecho en si, y es que estamos hablando de Sir Winston Churchill.
Fuentes:
Hemeroteca digital del diario ABC
El Heraldo de Madrid del 21 de noviembre de 1899
La Ilustración Artística del 27 de noviembre de 1899
El Imparcial del 2 de Enero de 1900