miércoles, 24 de agosto de 2011

El ingrediente patagónico de la cerveza rubia

Hoy toca una entrada refrescante para estos días de bochorno veraniego, y es que vuelve a asomarse a este blog, la que es mi bebida favorita, la cerveza.

Seguro que a más de uno al leer esto os apetecerá refrescar el gaznate con una buena cerveza rubia y puede que alguno tenga la suerte de tenerla en las manos. Hace ya unos meses traje una "Breve historia de la Cerveza", pero a ese relato la prensa de hoy le ha añadido un nuevo capítulo.

Desde hace muchos años los técnicos cerveceros y los cientificos estaban intrigados por la capacidad de la cerveza para fermentar a baja temperatura, ya que la levadura de la cerveza Saccharomyces cerevisiae carece de tal cualidad, esta levadura es la misma que podemos encontrar en el pan o el vino, pero solo en el caso de la cerveza la fermentación ocurría a una temperatura baja.

Hace tiempo que los científicos habían llegado a la conclusión que esta cualidad de la fermentación de la cerveza era debida  a algún tipo de hibridación en la levadura, pero esta levadura fantasma se resistía a dar su nombre y todas las comparaciones con levaduras conocidas, más de mil, habían dado un resultado negativo.

Y todo esto ha durado hasta hoy, cuando se hace público que en un bosque de hayas de la Patagonia Argentina ha aparecido la Saccharomyces eubayanus, la cual coincide en un 99'5% con la parte desconocida de la levadura de la cerveza.

El misterio es, ¿cómo llegó esta levadura a Europa?, según los científicos este viaje lo pudo realizar dentro de un pedazo de madera o incluso en el estómago de una mosca en el siglo XVI, y gracias a una feliz coincidencia esta madera o esta mosca terminaron en una bodega bávara donde en un ambiente propicio de humedad y temperatura se produjo la feliz hibridación entre ambas levaduras.

No se que haréis vosotros, pero yo en la siguiente cerveza haré un brindis de agradecimiento a Argentina en general y para esta emigrante patagónica en particular.

¡¡¡SALUD!!!

Fuentes: Diario El Mundo 24/08/20011

martes, 16 de agosto de 2011

El Grial de Cuenca

El escudo de Cuenca es una estrella y un cáliz. La explicación oficial para esta elección se debe a que Alfonso VIII sitió la ciudad el 6 de enero del año 1177, motivo por el que ostenta la estrella como representación de la que guió a los Magos de Oriente hasta Belén, y el cáliz sería porque la ciudad se tomó el 21 de septiembre de ese mismo año, festividad de San Mateo Evangelista. Sin embargo no existe en la iconografía cristiana ninguna representación de San Mateo mediante un cáliz. Y es aquí donde surge la polémica y la leyenda que haría de este escudo una representación del Santo Grial.




Según la leyenda, el Santo Grial, o la Sangre Real, sería la sangre de los descendientes de Jesucristo y María Magdalena, de la cual surgiría la dinastía franca de los Merovingios.
Esta sangre, en virtud de las alianzas matrimoniales, se extendería por la nobleza de media Europa. Una de sus ramas principales sería la de los condes de Anjou que fundaría con Enrique II la dinastía Plantagenet en Inglaterra, la otra gran rama sería la de los Plantavelu que iniciaría en el siglo IX el poderoso ducado de Aquitania. Estas ramas se cruzarían con el matrimonio de Enrique II Plantagenet y Leonor de Aquitania, de esta unión nacerían personajes tan famosos como Ricardo “Corazón de León” o Juan “Sin Tierra”.
Esta “Sangre Real”, como no podía ser menos, también llegó a la península, así tenemos a Alfonso VI de Castilla casado con Constanza de Aquitania, de donde cuatro generaciones después nacería Alfonso VIII, el cual, volvería a mezclar su sangre con la Anjou y la aquitana al casarse con Leonor Plantagenet, hija de Leonor de Aquitania y hermana, por tanto, de Ricardo y Juan.
En el mundo del Grial, el linaje Anjou  no es un linaje más. Si seguimos el relato más famoso del Grial, el Parsifal de Schenbach, nos dice que el padre del protagonista es “un héroe extraordinario, un Anjou de esclarecida estirpe”. En otros romances se insiste en que son “del alto linaje del rey David”, de lo que se deduce que viene a ser lo mismo ser un Anjou y ser descendiente del Rey David. Por lo que en el caso de Cuenca, nos encontramos con una pareja real por cuyas venas corre la sangre davídica de Jesús y de María Magdalena.

Los reinos peninsulares, como hemos visto, no fueron unos extraños en las leyendas del Grial, los territorios del sur de la actual Francia, Languedoc, Gascueña, Rosellón, Aquitania, Provenza, etc, fueron la cuna del Grial, del culto a María Magdalena, de la herejía cátara y los territorios donde el Temple concentró su mayor número de propiedades. Estos territorios tuvieron mucho intercambio con sus vecinos del sur, sobre todo con Navarra y Aragón. Es más, según Schenbach su Parsifal está basado en un manuscrito encontrado en Toledo, y en él hay muchas referencias a la península Ibérica. En una de sus aventuras, el padre de Parsifal desembarca en Sevilla:

 “en aquel país conocía al rey. Era su primo Kaylet. Fue a visitarlo a Toledo”.

Por tanto Parsifal era sobrino de ese rey y motivo por el que su escudo había sido “forjado en Toledo, en el país de Kaylet”. También hace referencias a un rey aragonés al que llama Schafillor, el cual  en un torneo “tiró al suelo, detrás del caballo, al viejo Uter Pendragón, rey de los britanos”. Es decir, el rey aragonés vence al mismísimo padre del rey Arturo.

Cuando en el año 1177 Alfonso VIII pone sitio por segunda vez a Cuenca, ya había fracasado unos años antes, pide ayuda al rey Alfonso II de Aragón, el cual también era de sangre aquitana al ser descendiente de Inés de Aquitania, y a los caballeros del Temple, custodios del misterio del Grial según la tradición. Así nos encontramos con un ejército de “soldados del grial” comandados por reyes de la estirpe sagrada.
El último ingrediente para el misterio del escudo conquense lo tenemos en que tras la conquista, Alfonso VIII quiso hacer de la ciudad su capital, así la quiso cambiar de nombre bautizándola como Alfonsópolis, y la dotó además de un poderoso fuero, que fue el más completo y el de referencia para todos los concedidos después de esta fecha en el reino de Castilla. El que eligió Cuenca para su capital lo tenemos en el primer capítulo del fuero que dice:

“Mando que no haya en Cuenca más que dos palacios; a saber, el del Rey y el del Obispo.”
Con el escudo concedido a la ciudad, Alfonso VIII lo que parece indicar es la constancia simbólica de la estirpe a la que él y su esposa pertenecían.
Con el cáliz tenemos, por tanto, una alusión directa al Grial. Pero no me olvido de la estrella, la cual he dejado un poco relegada, ya que incluso esta tiene su posible explicación dentro del mundo del Grial. Y es que según el Apocalipsis de San Juan, el planeta Venus, el lucero más brillante de la mañana, es el que distingue a los descendientes del rey David. Pero no se vayan todavía que aún hay más, en las páginas finales del Parsifal de Schenbach el protagonista se casa con la reina Condwiramurs, de cuya unión nace el caballero Lohengrin “El Caballero del Cisne”, para señalar el origen de este Caballero del Cisne, dice que ha venido “del monte en el que Venus está dentro del Grial”. De modo que ahí tenemos a la Estrella suspendida sobre el Grial, constituyendo el escudo de armas de una ciudad, Cuenca, construida en lo alto de un monte. A todo esto yo añadiría aún un simbolo más, el color carmesí del fondo del escudo, el color de la sangre.
Basándose en esta leyenda, el Ayuntamiento de Cuenca preparó para la pasada edición de la feria de turismo FITUR 2011 un magnífico cortometraje de ficción como promoción turística que lleva por título “Destino Cuenca: La aventura del Santo Grial”, podéis ver el tráiler aquí:
y el vídeo completo en la web del Ayuntamiento de Cuenca.

Fuentes:
http://perso.wanadoo.es/ricardo.cob/nov42.html
Web del Ayuntamiento de Cuenca

jueves, 11 de agosto de 2011

Tercer Aniversario


Una vez más, y ya van tres, este blog cumple años. Hoy se cumple el tercer aniversario de la publicación de la primera entrada.

Este último año ha sido duro para el blog, el ritmo de las actualizaciones no ha sido el que yo hubiera deseado; y es que mis avatares laborales tras la quiebra de Marsans me han dado muchos quebraderos de cabeza y me han quitado mucho tiempo del que dedicaba al Blog. Por este motivo este año se va a retrasar unos meses la publicación de la recopilación anual de entradas, dado que el volumen que hay no da para un librito medianamente digno, así que lo dejaré para cuando os felicite las Navidades.

Como en los dos anteriores aniversarios, he de dedicar estas palabras a todos y cada uno de los que habéis tenido a bien perder algo de vuestro tiempo leyendo alguna de sus líneas, y muy especialmente a los "comentadores" habituales, a todos vosotros de nuevo "muchísimas gracias" deseando seguir contando con todos vosotros para que el año próximo por estas fechas podamos celebrar un nuevo aniversario.

lunes, 8 de agosto de 2011

La fuga de un corresponsal de guerra

El trabajo del corresponsal de guerra no es fácil, pagando muchos de ellos con su vida la realización de su trabajo, esto no es nada nuevo, por el contrario también es una ocupación que a otros muchos les da una fama y una presencia mediática que luego utilizan para lanzar otro tipo de carreras, ejemplos como Hemingway o Arturo Pérez Reverte son de todos conocidos.
La entrada de hoy va dedicada a una situación que vivió un corresponsal durante la segunda guerra Anglo-Boer en Sudáfrica a finales de 1899.
Nuestro protagonista realizaba su trabajo bajo la vitola de ser un hijo de…, en concreto era hijo del británico Lord Rudolph. A pesar de su pedigrí familiar el muchacho se había bregado en la Guerra de Cuba de 1895, en la Rebelión Pastún de la India de 1897 y Sudán en 1898, es decir, no era ningún novato cuando el periódico londinense  “The Morning Post” le envió a cubrir la segunda guerra a África del Sur.
Viajaba nuestro amigo en un tren blindado de tropas británicas cuando este fue atacado por los “orangistas”. El corresponsal, a pesar de ser personal no combatiente, se hizo cargo de un grupo de soldados voluntarios con el fin de sacar de las vías los coches afectados. Gracias a su acción consiguieron liberar el convoy que pudo continuar y salvar la complicada situación. Cuando el tren estuvo fuera de peligro, el periodista se armó con el fusil de un soldado herido y volvió al lugar del combate, momento en el que fue apresado por los Boers.
Como su condición de corresponsal de guerra no le sirvió para negociar su liberación, que fue denegada por sus captores, decidió escapar del campo de prisioneros en el que había sido recluido con otros cautivos británicos.

En un descuido de los vigilantes saltó la valla y caminando sin llamar la atención por las transitadas calles de la población de Delagón llegó hasta la estación de ferrocarril. Allí al caer la noche se escondió entre los sacos de carbón que transportaba un tren de mercancías rumbo a Pretoria.
Antes del amanecer saltó en marcha del tren para refugiarse en un bosque, pasó ese segundo día con la única compañía de un buitre. Animal que supongo esperaba que nuestro amigo se convirtiera en un buen almuerzo.
Los siguientes cinco días los pasó alimentándose solo de chocolatinas, descansando de día y caminando de noche a lo largo de la vía férrea hasta que, al sexto día, pudo subirse a un nuevo tren de mercancías cerca de Middelbuy. El destino de este tren era la colonia portuguesa de Lorenzo Marqués, punto en el que el tren fue requisado por las tropas Boers, con la fortuna de no ser descubierto pudo cruzar la frontera.
Una vez liberado el periodista, no solo contó al mundo su periplo, sino que realizó un buen análisis de la situación bélica, por aquel momento no muy buena para las armas británicas. Así en la prensa de la época podemos leer sus opiniones, alguna de las cuales no dejaba en buen lugar a su país, y es que opinaba que “cada boer armado y a caballo valía por cinco soldados ingleses”, por tanto estimaba que se debían cumplir las siguientes condiciones a fin de conseguir la paz:
1.       Que Inglaterra reconozca de nuevo la absoluta independencia de las dos repúblicas de Transvaal y de Orange.
2.       Que Inglaterra ceda a las repúblicas aliadas el Natal, Kimberly y su territorio, y los distritos de la Colonia del Cabo.
3.       Que Inglaterra conceda una amnistía general a todos los colonos de sus tierras que resulten afectados en la campaña.
4.       Que pague una indemnización de veinte millones de libras.
Vistas las condiciones, no hay lugar a dudas que lo que estaba sugiriendo es algo muy parecido a una rendición. Al contrario de lo que pudiera parecer con las opiniones de nuestro amigo el plumilla la guerra terminó con la victoria británica, que incluyó ambas repúblicas al Imperio Británico, aunque acabó pagando una fuerte indemnización de 3 millones de libras y pocos años después, en 1910, se crearía la Unión Sudafricana.
La gran difusión de su periplo africano dio a nuestro amigo una gran popularidad, algo que no dudó en utilizar para lanzar una carrera política aún mas grande de lo que había sido su carrera periodística, así es que ha llegado el momento de dar el nombre de nuestro amigo, ya que esta anécdota es más interesante por la identidad del protagonista que por el hecho en si, y es que estamos hablando de Sir Winston Churchill.

Fuentes:
Hemeroteca digital del diario ABC
El Heraldo de Madrid del 21 de noviembre de 1899
La Ilustración Artística del 27 de noviembre de 1899
El Imparcial del 2 de Enero de 1900