viernes, 8 de febrero de 2013

El doping



En los últimos tiempos el mundo del deporte anda revuelto por las manchas del doping, casos como el de Ben Jonhson y ultimamente los de Lance Armstrong o la Operación Puerto nos muestran la cara menos amable del deporte profesional. Todos intuimos, por multiples razones, que el deporte profesional no es sano para el que lo practica, pero es una actividad que puede reportar enormes beneficios tanto económicos como de reconocimiento personal y social, y esto hace que algunos se dejen llevar por el lado oscuro. Todo este tema del doping nos aparece en el siglo XX, sobre todo en su segunda mitad ¿por que?, muy sencillo es cuando el deporte se convierte en un fenómeno de masas. Pero esto no es realmente cierto, y para ello tenemos que echar la vista atras ¿en que época el deporte fue tambien un fenómeno de masas y sus campeones jaleados como si fueran semidioses?, así es, me estoy refiriendo a la antigüedad clásica, a Grecia y Roma.

Y es que en aquellos años los deportistas alcanzaron un estatus similar al actual. El deporte formaba parte del día a día de aquellas sociedades. Lo que originó la desaparición del deportista aficionado de las grandes competiciones y la generación de una élite de deportistas profesionales. Y es que se calcula, hay quien se ha tomado la molestia de echar las cuentas, que una victoria olímpica en la antigüedad suponia un premio equivalente a casi medio millón de dólares actuales, si a esto le añadimos otras recompensas en especie como casas, exenciones fiscales o del servicio militar, el cocktail está servido. El soborno y el engaño se propagaron como un reguro de pólvora. Y ¿que mejor engaño que la ingestión de sustancias que mejoraran los resultados? Claro que los brebajes que bebian esta gente hoy en día nos hacen, como poco, esbozar una sonrisa, ya que estos tenían los sujerentes nombres de "Sangre de Hefesto", "Hueso de Ibis" o "Semen de Hercules", unos nombres muy grandilocuentes para lo que realmente eran, es decir, ajenjo, espino y hoja de mostaza respectivamente. Claro que también habia quien consumia testículos de perro e incluso los que arriesgaban su vida extirpandose el bazo, en la creencia que eso aumentaba su rendimiento.

Pero nuestros atletas de entonces no solo recurrian a sustancias, también buscaban la ayuda mágica de los amuletos, así creian, por ejemplo, que las patas de los reptiles les proporcionaba mejor flexibilidad y una zancada más amplia, también recurrian a los conjuros y los hechizos a fin de asegurarse una plaza en podio. Esto, que ahora nos parece de los más vanal, en aquellos años tenía su aquel, ya que aquellos hombres eran muy supersticiosos y la creencia en la ayuda mágica les hacia aumentar su rendimiento, y es que “la fe mueve montañas”. Tal es así que en los juegos olímpicos estaban prohibidos y si los pescaban en una de estas prácticas eran descalificados y su reputación se hundia para siempre. Así que todo esto, evidentemente, se hacía en la mas absoluta clandestinidad, lo que produjo la aparición de redes ilegales de tráfico de sustancias y amuletos, es decir, exactamente igual que ahora.

¿Cuando finalizó todo esto?, pues cuando el deporte perdió su papel social y con su prohibiciòn por Teodosio. A partir de entonces lo más parecido al deporte profesional lo tenemos en las justas de los caballeros medievales.

Y asi llegamos al año 1886 cuando un ciclista británico murió en la Paris-Burdeos por una sobredososis de trimetilo, que es una sustancia química que se usa, entre otras cosas, en soldaduras, como conservante de madera o como disolvente de resinas, pinturas y barnices.

Asi que, vemos que en todas las épocas el dinero y la gloria terminan por corromper el espíritu del hombre, y esa imagen que tenemos de los atletas clásicos de seres rectos y puros tiene algún que otro clarooscuro.

Fuentes:

www.efdeportes.com 

www.buenastareas.com

www.ochavada.com 

www.monografias.com
www.m-x.com.mx

m.ilustradordigital.es

miércoles, 30 de enero de 2013

Segóbriga


Desde que comencé el blog tengo una cuenta pendiente, y esa cuenta se llama Segóbriga. Como conquense tenía la necesidad de traerla al blog pero nunca encontré la forma, el modo o el tiempo adecuado. La escusa me la da el que este pasado fin de semana volví a recorrer las ruinas de esta antigua ciudad de la Manchuela conquense.

Vista de las Ruinas de Segóbriga

 Cuando se visitan este tipo de sitios uno tiende a imaginarse “como era”, pero a mi Segóbriga me produce un efecto distinto, no se si nostálgico. Y es que, lo que me viene a la mente es el como vieron su ciudad sus últimos habitantes, ¿eran conscientes de la grandeza pasada del lugar? ¿Llegaron a sentir añoranza del esplendor pasado? ¿Murió allí su último habitante o ya se había trasladado a otro sitio?

Su nombre, que evoca los tiempos celtas prerromanos, nos dice por un lado que Sego- quiere decir Victoria y –briga, ciudad/fortaleza, ¿sabría aquel ultimo segobrense que nació en la Ciudad de la Victoria o en la Ciudad Victoriosa? La ciudad que venció a todo excepto al paso del tiempo.

Y es que aquel castro celtibérico estuvo habitado desde la Edad del Bronce, fue arrasado por las Guerras de Sertorio, pero resurgió de sus cenizas, tal y como lo relató Estrabón. Esta Segóbriga, aliada de Roma, fue también atacada por Viriato, y hubo de hacerlo dos veces ya que la primera vez fracasó.

Y fue Plinio quien su Naturalis Historia puso a Segóbriga en el mapa del Imperio, refiriéndose a ella como caput Celtiberiae (cabeza de Celtiberia) y es que en esa época la ciudad fue muy próspera gracias a las minas de Lapis Specularis, una variedad de yeso cristalizado translúcido que se usó como vidrio para las ventanas y que se exportaba desde el puerto de Cartagena a todo el Imperio. Plinio nos dice que se extraía de minas localizadas en “100.000 pasos alrededor de Segóbriga”.

En tiempos de Augusto se convirtió en municipium, no se si en esto tuvo algo que ver el segobrense Marcio Porcio, que fue secretario del emperador. A partir de este momento es cuando nace la Segóbriga monumental que se extendió hasta la dinastía Flavia. La ciudad había alcanzado su cenit. Pero duró poco, se sabe que en el siglo IV sus grandes monumentos estaban ya abandonados. No obstante siguió siendo una gran ciudad, en época visigoda los obispos de Segóbriga asistieron a varios de los Concilios de Toledo.

El eclipse total vino con la invasión musulmana, aunque también de esta época data su última gran obra, una fortaleza islámica en la cima del cerro, el lugar donde hubo de estar la antigua acrópolis.

Tras la reconquista aún persistía allí una pequeña población rural, pero que incluso había perdido hasta su antiguo nombre, en aquella época se llamaba ya Cabeza de Griego, nombre con el que se conoce el cerro donde está ubicada. La población dependía de Uclés, y allí fueron muchos de sus antiguos sillares para que se construyera el convento-fortaleza que estaba llamado a ser la sede del Maestrazgo de la Orden de Santiago.

Su población poco a poco había ido trasladándose a la vecina Saelices, lugar en el que manaba la fuente que abastecía de agua potable, a través de un acueducto, a la vieja Segóbriga.

Y es en este punto cuando entra en mi mente aquel hipotético segobrense que cerrando su casa partía dejando para el futuro los restos de lo que aquello fue.

Imagino que su despedida comenzaría en lo alto del cerro, desde la antigua acrópolis ahora ruina del pasado musulmán, allí vería el paisaje, un paisaje que no ha cambiado prácticamente nada hasta nuestros días. Descendiendo hasta las viejas termas monumentales con su magnífica palestra, justo al lado de la casa del procurador minero y sus ajados mosáicos, para luego recorrer el aula basilical y el foro, aquel que se enlosó gracias a la donación de Proculus Spantamicus y así quedo grabado en piedra para la posteridad.

Palestra de las Termas
Mosaico de la casa del Procurador

Foro

Aula Basilical
 
Giraría entonces hacia la izquierda dejando a mano derecha el criptopórtico, aquella construcción que elevó el porticado del foro y cuyo subterráneo albergó el archivo de la ciudad. Enfilaría la puerta principal de la muralla con la magnífica mole del anfiteatro al frente, donde en sus tiempos 5.500 espectadores jalearon a sus gladiadores, miraría luego a su derecha para ver por última vez el teatro, donde tantos actores llevaron las grandes obras clásicas.

Anfiteatro
Grada del Teatro
 Tomaría el camino de Saelices, pasando ante lo que fué la basílica visigoda para terminar cruzando la arena del circo, arena que en su construcción arrasó con la necrópolis celtíbera. ¿Sería toda aquella ruina motivada por el despecho de aquellos que allí reposaban y que fueron removidos de su eterno descanso para divertimento de los vivos?

Basílica Visigoda

Circo

Necrópolis


miércoles, 23 de enero de 2013

Los Neveros


Nevero de Fuendetodos - Zaragoza
En estos días de temporal en media España he estado buceando por la Wikipedia temas relacionados con la nieve, y me he encontrado con una actividad económica ya extinta, pero que gozó de gran importancia en su tiempo en España, estoy hablando de los neveros.

Hay dos tipos de neveros, los naturales, oquedades de las montañas en los que la nieve se acumula de forma natural y los artificiales.

Un nevero artificial en un pozo excavado en la tierra con muros de contención, que puede contar con techumbre o no y que cuenta con aberturas para la introducción de nieve y la extracción de hielo, y es que esta era su finalidad, la fabricación de hielo de forma artificial.

Se tiene constancia de la existencia de neveros en época romana, pero su gran desarrollo se produjo durante los siglos XVI al XIX. Estando en uso en algunas zonas hasta los años 30 del siglo pasado. Es decir, hasta que los frigoríficos domésticos comenzaron a extenderse.

Desde antiguo se sabía de las cualidades del hielo y de sus usos con fines medicinales. Pero la primera monografía sobre el tema fue de un médico valenciano llamado Francisco Franco, que ya es casualidad, que en 1569 publicó su “Tratado de la nieve y del uso Della”, en 1571 Nicolás Monardes publicó otra obra, que tiene el breve título de “Libro que trata de la Nieve y sus propiedades; y del modo que se ha de tener en el bever enfriando con ella; y de los otros modos que ay de enfriar”, ahí es nada como para ir a preguntar a una librería por él.

En España fue en el antiguo Reino de Valencia donde más se desarrolló esta actividad, calculándose que a finales del XVIII  llegaban anualmente unos 2 millones los Kgr. de nieve a la capital del Turia y Alicante, donde hubo la mayor concentración de neveros, y su puerto, desde donde se exportaba a Ibiza y el Norte de África.

La implantación de fábricas de hielo a finales del XIX fue haciendo que poco a poco esta actividad languideciera, ya que a la efímera duración de la mercancía, se añadía la estacionalidad y la dependencia de la meteorología. Y es que evidentemente no era una materia que permitiera hacer muchas previsiones de producción y la gente tenía que aprovechar las grandes nevadas, así se sabe que en los días 5 y 6 de marzo de 1762 se movilizaron para acarrear nieve unas 1000 personas y 700 caballos en la sierra del Menejador (Alicante).

El funcionamiento de los neveros era el siguiente:

Neveros
Los trabajos comenzaban en primavera, se cortaba la nieve con pala y se llevaba a los pozos, allí se prensaba y se acumulaba en capas homogéneas separadas por hojas, ramas, tierra, etc.

Cuando llegaba el verano, se extraía el hielo y se transportaba por las noches hasta los puertos y las ciudades para su comercialización al día siguiente.

Aunque ya no están en uso, aún es posible visitar muchas de estas instalaciones como la de Alpera (Albacete), el de Galileu (Sierra de la Tramontana en Baleares del siglo XVII), los tinerfeños de la Orotava o Arafo, el Pico de las Nieves en Gran Canaria, Madrid tenía los suyos en la Casa de Campo y la actual Glorieta de Bilbao, Málaga, Medinaceli, etc, etc. Pero donde nos encontramos los mayores son en la provincia de Alicante como la Cava Simarro en Alcoy con sus 2700 metros cúbicos de capacidad y el Pou de Briga en Maigmó con 1.200.

Fuentes: Wikipedia

jueves, 17 de enero de 2013

Esteban Jamete, borracho, blasfemo, asesino y artista


Etienne Jamet, Esteban Jamete como era y es conocido en Cuenca, nació en 1515 en Orleans (Francia) por lo que era paisano de Juana de Arco. Desde pequeño dio muestras de su talento artístico y también de su mal carácter. Su padre le introdujo en la cantería y la albañilería, pero el chaval se deslizó más hacia la escultura y la pintura.

Con 20 años se vino a España y en poco tiempo dejó muestras de sus habilidades trabajando para algunos de los grandes arquitectos del momento, tales como Siloé, Vandelvira o Covarrubias en localidades como Medina del Campo (Palacio de Dueñas), Carrión de los Condes, Valladolid, Madrid, Úbeda (Sacra Capilla del Salvador), Baeza (capilla de los Benavides), Sevilla, Toledo (Sillería del Coro), etc... Precisamente fué su relación con Covarrubias en Toledo fue lo que hizo que el obispo de Cuenca Sebastián Ramírez de Arellano lo fichara en 1545 para la catedral conquense. Aunque si llega a saber de su carácter lo mismo se lo habría pensado dos veces, y es que el amigo Jamete era bebedor, blasfemo, maltrataba a su segunda esposa y era sospechoso de haber causado la muerte de la primera, estas fechorías le hicieron pasar varias veces por la cárcel y ser encausado por la mismísima Inquisición en mas de una ocasión por hereje, apóstata y encubridor de herejes. 

En Cuenca se quedó, convirtiéndose en uno de los referentes del Plateresco español, hasta su muerte a la edad de 50 años mientras realizaba trabajos en la localidad de Alarcón.

Arco Jamete
Allí, se hizo famoso por los escándalos que organizaba, y es que no era raro que sus tumultos, voceríos y blasfemias interrumpieran los cultos del templo. Sus trabajos en la catedral conquense quedaron plasmados en el trascoro, la portada de la Capilla de Santa Elena y, sobre todo, se le conoce por ser el autor del arco que habría de comunicar la nave del crucero de la catedral con el futuro claustro renacentista, y que ha pasado a la historia como el Arco Jamete. José María Perez "Peridis" describe este arco en su libro La Luz y el Misterio de las Catedrales de la siguiente manera:

"Jamete perfora el muro de fondo del Crucero con un espectacular arco de medio punto flanqueado por pilastras sobre las que trepan, arrancando sobre ménsulas esbeltísimas, columnas de fustes acanalados cuyos capiteles corintios sujetan un entablamento. En el centro de este, a modo de gigantesca custodia luminosa, flota el rosetón circular, admirable lucera multicolor que sostiene al Padre Eterno en el triángulo superior. En la cúspide de las columnas laterales dos grandes figuras que representan al Antiguo y Nuevo Testamento montan guardia perpetua, procurando que los fieles no se separen de la doctrina verdadera."

Claustro de la Catedral de Cuenca
Posteriormente, cuando se construyó este nuevo claustro, que sustituyó al antiguo gótico, sus constructores fueron tan "gañanes" que  no hicieron coincidir la entrada del claustro con el arco. En 2010 se terminó la restauración del claustro y por fin, casi cinco siglos después, se ha conseguido hacer dicha conexión, con una solución, en palabras de la arquitecta responsable de la restauración "entre Pinto y Valdemoro". Tal es así que cuando transitamos por dicho arco hacia el claustro se ve claramente que allí hay algo que no cuadra demasiado bien.

Fuentes:
La Luz y el Misterio de las Catedrades, Peridis
Wikipedia

jueves, 10 de enero de 2013

Pagar la Patente

Hace ya unos cuantos meses que tenía abandonado el blog, situación que me tenía un tanto frustrado. Y es que si bien al principio fue por falta de tiempo debido al trabajo, al final era simplemente pereza. Espero reengancharme al mundo "blogosférico" y vencer de una vez por todas dicha pereza.

Para este reestreno traigo una costumbre de mi zona, espero que os sea de interés.


El pago de la patente es una costumbre, ya en desuso,  de muchos pueblos de La Mancha y de Castilla, por la que si algún forastero salía o pretendía a una moza del pueblo este tenía que pagar una comida, convite, ágape, llamémosle como queramos, a los mozos del pueblo de la pretendida muchacha. En algunos lugares bastaba con que la visitara más de tres veces para que los mozos ejercieran dicho derecho, que si bien no era ley escrita, era ley.

La cantidad o la calidad de este convite variaba en función de dos variables: una, la capacidad económica del novio y la segunda según la valoración que los mozos "aborígenes" hacían de la novia, usualmente alta porque "normalmente" el forastero siempre se “llevaba a la mejor moza del pueblo”.

Lo que nunca faltaba en esta invitación era el vino, ya fuera solo medido en  cántaros, en zurra, sangría, cuervas, o en cualquiera de las denominaciones que sus combinados tienen a lo largo de la geografía castellana. A la bebida se añadían magdalenas, bizcochos, carne asada o frita, etc., todo ello según la valoración a la que hacía referencia anteriormente.

Este pago, no estaba exento de trifulcas, porque ¿Qué grupo de mozos tenía derecho a la invitación? Y es que en cada pueblo había distintas cuadrillas de mozos, y las riñas ente ellos sobre cual de ellas tenía derecho a dicha patente eran comunes, alguna incluso acabó en navajazos.

El segundo problema que ocurría era si el forastero se negaba a pagar esta tasa, era en ese momento cuando entraban en liza las “tropas de élite” de los mozos locales, eran los conocidos como “piloneros”. Su tarea consistía, dependiendo del lugar, en tirar al novio al pilón de la plaza o al río, lo cual, según la época del año podía llegar a ser un tanto desagradable. Los piloneros según la coplilla eran:

“…los mas burros del pueblo
de entre los mozos solteros…”

Y los requisitos para ser pilonero se resumen en:

“A todos los mozos del pueblo
que quieran ser piloneros
han de cumplir primero:
Uno: haber nacido en el pueblo
Dos: ser mozo soltero
Tres: poder beberse un barreño
Cuatro: calidad de burro probada
por haber comido alfalfa.
Y cinco: que completa las otras
haber salido en la coplas.”

En mi experiencia particular de haber sido forastero en el pueblo de mi novia, he de agradecer de haber nacido en esta época en la que ya no se usa de este derecho, por lo que me libré de pagar patentes y sobre todo y más importante de haber terminado en el pilón.

Fuentes:
LOS DERECHOS DE LOS MOZOS EN BUENAVISTA DE VALDAVIA (PALENCIA) - DIEZ BARRIO, Germán
Historias y Leyendas de Cuenca III (Pueblos) - Miguel Tirado Zarco