jueves, 22 de diciembre de 2011

Mitos Navideños VII. La mula y el buey

Supongo que todos os habréis dado cuenta ¡estamos en Navidad!, las luces en las calles, el sorteo de la Lotería (que una vez más me deja a dos velas), los árboles y los belenes. En estos últimos es donde voy a centrar la acción de esta entrada.

La escena central de todos los nacimientos es el Portal, el Misterio como lo llamaba mi madre, en el portal encontramos siempre las mismas 6 figuras, a saber, el Niño, la Virgen, San José, el Angel, el buey y la mula (o asno). La presencia y función de los 4 primeros está más o menos clara y el relato evangélico nos habla de ellos, pero ¿Qué hacen un buey y una mula? Podemos pensar que al tratarse de un pesebre es normal la presencia de animales domésticos, pero ¿por qué un buey y una mula y no dos ovejas? El tema de la mula, o el asno, en unos sitios es mula y en otros asno, hay quien la justifica en el hecho de que se trató del medio de transporte de José y María camino del supuesto censo de Cesar, pero esto no explica la presencia del otro cornudo personaje.

Estos animales, aparecen en alguno de los Evangélios Apócrifos, como el pseudo Mateo, pero la versión oficial de su presencia la tenemos en el Antiguo Testamento en concreto en Isaias 01/03:

“Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”

El propio Papa Benedicto XVI, cuando todavía era cardenal, lo justificaba así:

“Los padres de la iglesia vieron en esas palabras [de Isaias] una profecía que apuntaba al nuevo pueblo de Dios, a la iglesia de los judíos y de los cristianos. Ante Dios, eran todos los hombres, tanto judíos como paganos, como bueyes y asnos, sin razón ni conocimiento. Pero el Niño, en el pesebre, abrió sus ojos de manera que ahora reconocen ya la voz de su dueño, la voz de su Señor.”

Otra aproximación a la presencia de estos animales lo encontramos en el libro del profeta Habacuc (3,3):

“…te darás a conocer en medio de  dos animales…”

Estos pasajes sirvieron a San Francisco de Asís, el primero en representar el nacimiento de Jesús y por tanto padre del Belén, para ordenar que en la cueva de Greccio, lugar de la representación, se colocara un buey y una mula, en palabras del Santo:

“Desearía provocar el recuerdo del niño Jesús con toda la realidad posible, tal como nació en Belén y expresar todas las penas y molestias que tuvo que sufrir en su niñez. Desearía contemplar con mis ojos corporales cómo era aquello de estar recostado en un pesebre y dormir sobre las pajas entre un buey y un asno.”

A pesar de estos testimonios, la presencia del buey y la mula parecen ahondar aún más en la tradición cristiana, así en las galerías del cementerio de San Sebastián en la Via Appia de Roma encontramos en un fresco a un buey y una mula arrodillados ante el pesebre.

Al no contar en los evangelios canónicos con muchos datos sobre el nacimiento y la infancia de Jesús, todo lo relativo a la Natividad está envuelto y revuelto con tradiciones populares y leyendas, como la que atribuye la esterilidad de la mula a un castigo por comerse la paja del pesebre, y me pregunto yo ¿Qué falta cometería el buey para ser castrado?

Fuentes:
http://www.mercaba.org/LITURGIA/Nv/simbolismos.htm
http://www.fratefrancesco.org/esp/navid.ratz.htm


miércoles, 14 de diciembre de 2011

Mis Viajes por la Historia. Año III

Portada "Mis Viajes por la Historia. Año III"
Hoy es un día para mirar atrás en el devenir de este blog, y es que ya están disponibles para descarga los contendidos de este tercer año y pico de historia de esta bitácora.

Este tercer año ha sido un tanto ajetreado en mi vida laboral, la cual me ha dejado muy poco tiempo libre para poder actualizar el blog con la frecuencia que  yo hubiera deseado. Por este motivo sale ahora y no en verano, como venía siendo “tradicional”.

He de decir, que el continuar publicando estos recopilatorios se debe a la buena acogida que tienen, así el Año I ha sido descargado 543 veces y el Año II 267. No son grandes números, pero son mis números y me siento muy orgulloso de ellos.

No está en mi ánimo competir en ventas con el Premio Planeta estas navidades, así que como siempre os podréis descargar esta nueva entrega de forma totalmente gratuita, y además si alguien tiene el capricho de hacerse un regalo navideño puede solicitar una copia en papel a precio de coste, como decía, no pretendo hacer negocio, esto es un hobby, así lo entiendo y así me gusta que sea.

En fin amigos, que para mí es un verdadero placer compartir este momento con todos ustedes, un saludo y seguimos leyéndonos.

Enlaces de descarga:

Año III:
http://www.bubok.es/libros/208962/Mis-Viajes-por-la-Historia-Ano-III

Años I y II: 
http://www.bubok.es/libros/13766/Mis-Viajes-por-la-Historia
http://www.bubok.es/libros/188426/Mis-Viajes-por-la-Historia-ANO-II

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Crimen de Cuenca

Cartel de la película de Pilar Miró
El 21 de agosto de 1910 desaparecía sin dejar huella el vecino de Tresjuncos (Cuenca)  Jose María Grimaldos, “El Cepa”, pastor en casa de Francisco Antonio Ruiz, en la también conquense localidad de Osa de la Vega. La desaparición se produjo el día en el que había cerrado la venta de unas ovejas, por lo que la hipótesis del robo es la primera que toma forma.

La familia de Grimaldos puso denuncia sobre su desaparición en el Juzgado de Belmonte, en dicha denuncia apuntan al mayoral León Sanchez y al guarda Gregorio Valero, ambos también trabajadores de Francisco Antonio Ruiz, ya que según los familiares de “El Cepa” ellos solían importunarle y mofarse de las pocas entendederas del desaparecido.

En septiembre de 1911 los denunciados prestan declaración ante el juez de Belmonte, que los pone en libertad por falta de pruebas.

En Abril de 1913 el caso da un nuevo giro al incorporarse al juzgado belmonteño el juez Emilio Isasa, cuando llegó hizo oídos a las quejas de los vecinos de Tresjuncos, y a los comentarios de que tuviera cuidado ya que por aquellas tierras “los asesinos andan sueltos”. El juez se tomó al pie de la letra aquellas acusaciones y ordenó la reapertura de las actuaciones, la detención de León y Gregorio y que se levantara acta de defunción de Jose Mª Grimaldos, a pesar de no existir cadáver. Es en este momento cuando comenzó el calvario de torturas para los acusados a manos de la Guardia Civil. En este marco es en el que se centra la película “El Crimen de Cuenca”, de Pilar Miró,  según el testimonio de los descendientes, todo lo que sale en la película fue real, las palizas, las uñas arrancadas, las comidas a base de bacalao sin desalar y sin agua para beber, etc., pero no cuenta todo, ya que, en palabras de ellos, se queda corta en algunos puntos, y tampoco hace referencia a que hubo guardias civiles que se portaron bien con los detenidos y los ayudaron en lo que pudieron, alguno incluso los visitó de forma asidua una vez puestos en libertad.

La instrucción del caso fue un despropósito de principio a fin, ya que ante las torturas los detenidos tuvieron que empezar a inventarse cosas, tales como el lugar donde escondieron el cadáver, lugar en el que cuando iban a buscar, obviamente, no había nada. Finalmente para salir del paso llegaron a la versión de que lo habían troceado y se lo habían echado a los cerdos. En el colmo del despropósito no faltaron incluso testigos oculares del crimen. Así en 1918 comenzaba en la Audiencia Provincial de Cuenca un juicio que condenaba a ambos acusados a 18 años de prisión, de los que cumplieron 12.
Mapa de situación de los pueblos de los protagonistas

Esos 12 años fueron un infierno para las familias, ya que eran señalados por la calle como “los familiares de los asesinos”, además ambas familias se reprochaban mutuamente ser los responsables del asesinato, dentro de cada familia hubo igualmente dudas respecto a la culpabilidad o no de los cabeza de familia y entre el pueblo del “supuesto muerto” y el de los “supuestos asesinos” estalló un conflicto de odios y rencillas que duró décadas.

León cumplió condena en la cárcel de Cartagena y Gregorio en la Valencia y ambos fueron liberados el mismo día, hecho que facilitó el que se encontraran en la estación de autobuses de Socuéllamos de regreso a sus casas. Regreso también difícil, ya que seguían siendo señalados y tachados de asesinos, siendo totalmente marginados por sus vecinos.

El giro de los acontecimientos llega el 8 de febrero de 1926, cuando el párroco de Tresjuncos recibe una carta del párroco de la cercana localidad de Mira en el que le solicita la partida de bautismo de Jose María Grimaldos, ya que este quería contraer matrimonio. Ante la sorpresa y el estupor el cura tresjunqueño no responde a la petición y silencia la noticia. Como el tiempo pasa y la partida de bautismo no llega, “El Cepa” aparece de improviso en su pueblo con el revuelo que podemos imaginar. Este día todo el país es consciente del error cometido, además Gregorio y León descubren que ni el uno ni el otro habían matado al Cepa. Tenso fue también el momento en el que ambos se vieron frente a frente con Grimaldos, este llegó llorando y se arrodilló ante ellos pidiendo perdón, y que su desaparición de debió a “un barrunto” que le dio. Sobre el cura de Tresjuncos permanece la incógnita de su muerte, ahogado en un tonel de agua, se especula con un suicidio por mala conciencia o por deudas o con un accidente.

Las familias de los acusados reprocharon posteriormente a la del Cepa que sabían que su familiar estaba vivo, y que los había visitado en Tresjuncos en varias ocasiones, tal y como se desprende de testimonios de niños que afirmaban ver al Cepa en una matanza y que preguntaban “… si los espíritus también comían gachas”, la familia Grimaldos desmiente estas afirmaciones y sostienen que los padres del Cepa murieron con la pena de creer muerto a su hijo.

El Estado por su parte resarció a los condenados dándoles un trabajo de guardas en el madrileño parque de El Retiro. Lugar en el que algunas fuentes sitúan un encuentro casual de ambos con el sargento de la Guardia Civil Juan Taboada Mora, el responsable de sus torturas, este encuentro se saldó con que ambos guardas la emprendieron a patadas y puñetazos con el sargento y que la cosa no fue a mayores porque otros guardias civiles apaciguaron el incidente, y hay quien incluso sostiene que la muerte de este sargento durante la Guerra Civil se debió a la venganza de ambos encausados. A esta teoría apunta el libro “Martirologio de Cuenca” editado por la Iglesia tras la guerra, las familias de ambos lo niegan. Gregorio terminó sus días en Madrid y sus restos reposan en el cementerio de la Almudena, León regresó a Cuenca primero al Pedernoso y finalmente a Villaescusa de Haro, localidad de la que era originaria su mujer.

Pero, ¿Qué motivó a Grimaldos a desaparecer así? ¿Qué hizo durante aquellos años de desaparición?, a la primera pregunta “El Cepa” siempre lo atribuyó a un “barrunto”, muchos apuntan a que se vio con el dinero de la venta de las ovejas y decidió marcharse, a esta pregunta y a la segunda respondió el propio Grimaldos, unos días después de su reaparición, a Ramón J. Sender cuando este viajó hasta su casa como cronista de la publicación “El Sol”:

Hemos realizado varias excursiones por esta comarca. Visitamos primero a José María Grimaldos López, que llegó de Tresjuncos, su pueblo natal, en la mañana del miércoles último.
Nuestra visita le altera un tanto. Su rostro, inmovilizado por la sorpresa, se anima levemente con una sonrisa de niño. Nuestra impresión es que José María Grimaldos es un anormal, quizá un idiota.

Nos damos a conocer.

–Somos periodistas –le decimos– y queremos que usted nos cuente algo de lo que ha hecho durante su huida de estas tierras y de los motivos que tuvo para escapar de tan extraña manera.

Sin cejar en su risa inexpresiva, nos contesta:

–Un barrunto que me dio.

–Pero ¿hubo antes disgustos de familia, o acaso con los compañeros?

–No –responde–. Fue, como le digo, un barrunto.

–Bueno, y ¿adónde fue usted, y dónde pasó estos años?

–Era un día del mes de agosto, de 1910; pensé irme a los baños de Celadilla, junto a Pedernoso, y así lo hice, estando en dicho punto unos días. Después, dispuesto a no volver a mi casa, marché a Camporrobles (Valencia del Cid), donde entré de pastor con José Arroyo: allí estuve un año. Luego fui a Cuevas de Utiel (Valencia), donde permanecí tres años sirviendo en casa de José Ortiz. Volví a Camporrobles, y después marché a Fuenterrobles, donde trabajé seis meses con Fabio Arroyo, y desde este punto fui a Mira, pueblo de esta provincia. Allí presté mis servicios de pastor. Dos años en casa de José Fuentes, que era el alcalde; un año, en casa de Teodoro Clavijo; otro, en casa de Eugenio Salinas; luego, en la de Jesús López; después, en casa de la “Calabaza”, en Villalgordo del Cabriel...

Y así va recordando los años de su ausencia sin gran esfuerzo. Parece como si recitase una lección bien aprendida. Este hombre tiene una memoria feliz. ¿Será la memoria el patrimonio de los tontos?

Recuerda todo lo que ha hecho en su vida; pero durante ésta, y a pesar de su buena memoria, olvidó que tenía madre y que ésta moría de pena con su ausencia, como murió efectivamente, con la tristeza de una tragedia y de un hijo perdido, y olvidó también que tenía hermanas y sobrinos que lloraban.

José María Grimaldos, al marchar de su pueblo, olvidó todos, todos sus afectos. Él nos lo dice así mismo.

Pero José María se iba a casar ahora. José María, hombre sin afectos, ¿cómo cobró uno tan fuerte que le impulsaba a casarse?

Se lo preguntamos, y de nuevo aparece en sus labios la sonrisa indefinible...

–Me caso –dice– porque ya tengo dos nenas: una, de siete años, y otra, de tres. Y antes tuve también un nene... El señor cura me dijo que así no debía estar, y yo, la verdad, le contesté: “Arrégleme usted los papeles y me casaré”. Otro barrunto que me dio.

– ¿No supo usted nunca el mal que había ocasionado a su familia?

–No, nunca. Si lo hubiera sabido... Yo siempre estuve en el campo; nada sabía ni quería saber de nadie; trabajaba..., ¡y nada más!

– ¿Negó usted su nombre y su naturaleza alguna vez?

–Nunca. Siempre fui José María Grimaldos, de Tresjuncos... ¿Para qué había de negar? Yo siempre he sido bueno. Que lo pregunten en las casas donde he trabajado.

El “barrunto” inconsciente de José María Grimaldos ha ocasionado males terribles a tres familias desdichadas. A él le produce pena, mucha pena haber sido el causante involuntario del horrible drama. Al recordarlo sus ojos se enturbian y sus facciones se contraen.

Fuente: El Día de Cuenca

jueves, 1 de diciembre de 2011

La muerte... o no, del Zar Alejandro I

El zar Alejandro I era nieto de Catalina la Grande y es considerado como uno de los soberanos Ilustrados de la Historia, ya que fue educado en la corte de su abuela bajo los principios de Rousseau, además, de su padre heredó un profundo amor por la Humanidad a la par que un gran desprecio por el hombre.

Pero si algo hizo famoso a Alejandro I fue su relación con Napoleón. Primero fueron enemigos, luego amigos y finalmente presionado por la nobleza rusa volvió a la beligerancia contra el Pequeño Gran Corso. Estas relaciones se tradujeron en la invasión napoleónica de Rusia, conflicto en el que el General Invierno tuvo su gran momento de gloria convirtiéndose en pieza fundamental del descalabro francés y del triunfo ruso.

La personalidad del Zar daría para un gran estudio sicológico, y es que parece que el hombre no andaba muy allá en lo referente a salud mental. Así se creyó designado por la divinidad para enfrentarse a Napoleón, el cual decía de él que era un “bizantino sospechoso”, Lord Liverpool opinaba que era un personaje “indeciso y desconfiado” y otros directamente le tachaban de “loco”.

La cuestión es que el Zar terminó inmerso en una gran depresión, para tratar de aligerar su dolencia se trasladó a uno de sus palacios de Crimea, en busca de paz.  Corría el año 1825 y la muerte por tifus o paludismo, la cosa no aparece clara, le alcanzó “oficialmente” el 1 de diciembre de ese año en Taranrog. Y digo oficialmente, porque desde el primer momento se extendió el rumor que el Zar había fingido su propia muerte para huir de la vida que llevaba. Además, el cadaver expuesto del Zar era totalmente irreconocible para todos los que lo vieron. Para alimentar más la leyenda pocos años después entró en escena el ermitaño Fiódor Kuzmich, también conocido como Fiódor de Tomsk. Este ermitaño, además de por su existencia ascética se hizo famoso por el refinamiento de sus modales, su gran formación política y por el conocimiento de datos que solo alguien muy cercano al gobierno podría conocer. No hizo falta que pasara mucho tiempo para que muchos vieran en él al “difunto” Zar de Todas las Rusias, hubo incluso quién llegó a reconocerle, como un veterano soldado, que no conocía al ermitaño, y se arrodilla ante él cuando se lo cruza en un camino y le rinde honores de soberano, acción ante la cual Fiódor responde enojado diciéndole “Solo soy un vagabundo”. Fiódor falleció en 1864, canonizado en 1984, y gozó siempre de gran veneración por parte de la familia imperial, que incluso llegó a visitarle asiduamente en vida, hechos estos que alimentaron aún más la hipótesis de que este ermitaño se trataba realmente de Alejandro I.

40 años después de la muerte “oficial” de Alejandro I, su sobrino-nieto Alejandro III mandó abrir la tumba de su antepasado en San Petersburgo, quería con esta acción acallar los rumores sobre si Alejandro I había muerto o no, pero se quedó con un palmo de narices ya que la tumba la encontraron vacía. También se volvió a abrir la tumba en 1926, con evidentemente el mismo resultado y así sigue. Conclusión, que realmente no se sabe que ocurrió con Alejandro I, pero la creencia de que se tratara de Fiódor el ermitaño no es del todo descabellada.

Fuentes:
Programa “En días como hoy” de RNE
Wikipedia
http://retratosdelahistoria.lacoctelera.net/post/2006/12/25/aun-zar-vagabundo-