jueves, 26 de enero de 2012

La Adelphopoiesis

Santos Sergio y Baco
La Adelphopoiesis era un rito celebrado durante la Edad Media por las iglesias cristianas orientales, que llegó a Europa Occidental y a la Iglesia Católica con los inicios de la Edad Moderna. Adelphopoiesis literalmente quiere decir “hacer hermanos”, y su misión era la de unir a dos personas en “hermandad”, estas personas eran del mismo sexo y casi siempre hombres.

Normalmente esta ceremonia era celebrada durante una misa por un sacerdote, aunque no tenía por qué ser así obligatoriamente, cuando esto sucedía los hermanos juraban ante el altar y anunciaban el hermanamiento a la comunidad en la puerta de la Iglesia. En alguna ocasión no sería hasta la muerte de ambos “hermanos” cuando se trasluciera el fondo de dicho hermanamiento, así no es raro encontrar en tierras inglesas e irlandesas enterramientos con nombres de dos hombres y epitafios similares a este:

 “El amor los unió en vida. Que la tierra los una en la muerte”

Una de las fuentes más antiguas en las que se menciona este rito es un escrito de propaganda anti-irlandesa titulado Topographica Hibernica, de un tal Giraldus Cambrensis allá por los siglos XII y XIII, en el se dicen cosas como:

“Bajo la pretensión de religión y paz, se reúnen con el hombre con el que quieren hermanar en lugar sagrado… finalmente, se les une indivisiblemente con la celebración de una misa y los rezos de los sacerdotes, como si se tratase de una boda”

Entre los personajes famosos que pasaron por el rito del Adelphopoiesis, nos encontramos a Basilio I “el Macedonio”, emperador Bizantino entre los años 867 y 886, el cual hermanó con Juan hijo de Danielis. Y a Eduardo II de Inglaterra, su encuentro  con Piers Gaveston es descrito así por una crónica oficial de la época:

“Cuando el hijo del rey lo vio, sintió tanto amor que realizó un hermanamiento con él y se decidió resolutamente ante todos los mortales a entrelazar una liga indisoluble de amor con él”

Este tipo de unión, como no podía ser de otra manera en aquella época, estaba basada en la Biblia, así en el capítulo 18 del Libro primero de Samuél nos encontramos con una sugerente descripción de la relación de David y su “hermano” Jonatán:

“Apenas David terminó de hablar con Saúl, Jonatán se encariñó con él y llegó a quererlo como así mismo. Saúl lo hizo quedar con él aquel día y no lo dejó volver a la casa de su padre. Y Jonatán hizo un pacto con David, porque lo amaba como así mismo”.

También la tradición de los primeros cristianos se translució en este tema, así durante la liturgia del rito de la Adelphopoiesis eran invocados los santos Sergio y Baco, que habían sido martirizados en el siglo IV durante el reinado del emperador Maximiano, de los cuales los antiguos textos griegos sobre su martirio nos dicen que eran erastai, es decir, amantes.

La lírica medieval también se hizo eco de este tipo de relaciones, en el Amys y Amylión del siglo XIV tenemos la historia de dos “hermanos de sangre” que lucharon para Carlomagno y que fueron enterrados por separado tras su muerte. Pero a la mañana siguiente los cuerpos se habían desplazado y se los encontraron acostados uno al lado del otro, la obra comenta:

“Así como Dios los había unido en vida a través de la armonía y el amor, así no quiso que estuviesen separados en la muerte”.

Estos ritos también tenían una variante política, ya que se utilizaban para crear “parentescos artificiales” que servían para unir familias ante unos intereses comunes.

En este punto de la entrada, es cuando conviene hacer la aclaración a lo que seguro que estáis pensando la inmensa mayoría, "en aquellos años la Iglesia celebraba matrimonios homosexuales". Esto no es cierto, la Adelphopoiesis, a pesar de la liturgia, nunca se concibió como una alternativa al matrimonio, entre otras cosas porque los tribunales eclesiásticos y el derecho canónico nunca han aprobado las relaciones sexuales fuera del matrimonio, y al no ser la Adelphopoiesis un matrimonio estaría prohibida cualquier tipo de práctica sexual entre los “hermanos”. No obstante, es obvio que muchos homosexuales utilizarían este rito para dar cierta legalidad a su forma de vida. Y es que volviendo al ejemplo de Eduardo II la crónica cisterciense de Meaux (Yorkshire) dice de él que: “in vitio sodomítico nimium delectabat” (en el vicio sodomítico especialmente se deleitaba), es decir, que es muy fácil suponer, sin temor a equivocarnos, que la relación de “hermandad” entre él y Graveston era de naturaleza sexual.

Fuentes:
Wikipedia
www.cristianosgays.com

viernes, 20 de enero de 2012

La princesa Zaida

En el año 1085 Alfonso VI tomaba la ciudad de Toledo, este hecho sembró la preocupación y la alarma entre los reyes y magnates andalusíes. Toledo, la capital de la antigua monarquía visigoda era de nuevo cristiana, lo cual tenía una gran importancia simbólica. Sentarse en el trono toledano hacía recordar los tiempos pasados de la primera unidad peninsular, y podía legitimar a su inquilino a pretender el gobierno de todo el territorio hispano.

 Los musulmanes tomaron la difícil decisión de llamar en su auxilio a unos guerreros nómadas bereberes del otro lado del estrecho, los almorávides. Estos eran unos integristas radicales del Islam, su jefe Yusuf Ibn Tasufín, fanático derviche, se vestía con pieles de oveja y se alimentaba de dátiles y leche de cabra, al estilo de los legendarios guerreros fundadores del Islam. La petición de ayuda que envió el monarca sevillano Al-Mutamid rezaba así:

“Él [Alfonso VI] ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellas cruces y que sean regidos por sus monjes […] Dios os ha concedido un reino en premio a vuestra Guerra Santa y a la defensa de Sus derechos, por vuestra labor […] y ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán en vida el paraíso.”

Yusuf, cruzará cinco veces el estrecho, la primera derrotará a Alfonso VI en Sagrajas (1088), la segunda hará lo propio en el casillo de Aledo (1090) y su tercer viaje no fue para luchar contra los cristianos, sino para destituir a todos los reyes de taifas y proclamarse emir de Al-Andalus, y es que Yusuf se había encontrado con una tierra rica, con unos reyes divididos que habían relajado las costumbres del Islam y que además observaban gran tolerancia hacia judíos y cristianos, algo que le enfadó notablemente. Enseguida caen bajo su poder Málaga y Granada, viendo como se desarrollaban los acontecimientos Al-Mutamid pide a su hijo Al-Ma’mun, rey de Córdoba, que defienda a toda costa la ciudad, ya que si Córdoba caía la defensa de Sevilla iba a ser misión imposible.

Al-Ma’mun, dada la dispersión de los barrios cordobeses y la simpatía de sus moradores hacia los almorávides, no pudo cumplir con el encargo de su padre cayendo la ciudad en manos de los invasores el 26 de Marzo de 1091, las crónicas árabes describen así el final de Al-Ma’mun:

“intentó abrirse camino con su espada a través de los enemigos y de los traidores pero sucumbió al número. Se le cortó la cabeza, que la pusieron en la punta de una pica y pasearon en triunfo”.

Y es en este momento cuando entra en la historia nuestra protagonista de hoy, la princesa Zaida. Según unas fuentes, Zaida era hija de Al-Mutamin y la poetisa Rumaykiyya, y fue ofrecida en matrimonio a Alfonso VI a cambio de ayuda. Pero según las más recientes investigaciones Zaida no sería hija del rey sevillano, sino la esposa de su hijo Al-Ma’mun, el cual viendo la situación  la puso a salvo mandándola al castillo de Almodóvar del Rio. Esta segunda hipótesis es la que se extrae del al-Bayan al-mugrib FiAhbar Muluk-al Andalus de Ibn Dari encontrado en la gran mezquita de Fez.

Dado que el reino de Sevilla era tributario de Alfonso VI, este envió un ejército de rescate al mando de Alvar Fáñez al castillo de Almodóvar. Este ejército fue derrotado pero pudo rescatar a la princesa que fue llevada a Toledo, ya que a Córdoba no podía volver y la corte de su suegro se dirigía al mismo destino que había tenido la de su esposo. Cuando llegó allí, el rey castellano quedó prendado de la joven. Además, la princesa no llegó con una mano delante y otra detrás, ya que con ella se incorporaron a la corona castellano-leonesa, previa conversión al cristianismo con el nombre de Isabel,  las villas de Cuenca, Uclés, Amasatrigo, Alarcos y Ocaña, para unos en concepto de dote por la boda, para otros en concepto de pago para conseguir ayuda militar contra los almorávides.

Fruto de los amores entre el rey y Zaida entre 1093 y 1094 se produjo el nacimiento del infante Sancho Alfonsez. El rey, que tras cinco matrimonios y dos concubinatos, más una posible relación incestuosa con su hermana, pero esto ahora no viene al caso, no había tenido ningún hijo varón, inmediatamente lo declaró su directo descendiente y heredero de las coronas de León, Castilla, Galicia, Portugal y el resto de condados. Es en este punto donde más se oscurece el asunto de si la boda llegó a celebrarse o no, ya que las crónicas se contradicen entre si, en la De rebús Hispaniae, del arzobispo de Toledo Jiménez de Rada, se incluye a Zaida entre las esposas de Alfonso VI, pero en la Crónica najerense y el en Chronicon mundi se dice que Zaida fue concubina y no esposa. Si se produjo la boda hubo de ser casi con toda seguridad en este momento, y si no se produjo no sería de extrañar que los autores alterasen las crónicas a posteriori, ya que había que dar forma legal a la sucesión. Y para muestra de ello el fantasioso relato que nos deja el canónigo del siglo XII de la Real Colegiata de San Isidoro, Lucas de Tuy, el cual dice que trató a los que trataron a Zaida:

“… como aquella doncella,…, hija del rey de Sevilla, viendo los milagros que Nuestro Señor por su santo confesor –San Isidoro- tan magníficamente declaraba… renunciando a Mahoma y sus falsedades, deseaba venir de todo corazón a la gracia del santo bautismo. Y como su padre fuere algo inclinado a la fe cristiana, porque según se dice, San Isidoro se la había enseñado una noche que se le apareció por cierta visión, y aquella inclinación tenía secreta… acordó con el rey D. Alfonso enviándole grandes dones y riquezas y suplicándole afectuosamente que tuviese a bien enviar sus caballeros por la dicha doncella, y que la trajeran y pusieren  a recaudo, pues tanto deseaba ser cristiana”.

Vamos que igual que hay políticos que hablan catalán en la intimidad, no sé por qué no iban a existir reyes andalusíes que fueran cristianos en el mismo ámbito privado.

Lo cierto es que con boda o sin ella Zaida gozó, no sé si del amor, pero sí de un gran aprecio por parte del rey. Su llegada a la corte supuso la entrada de nuevos aires de la sociedad musulmana, el arabista conquense González Palencia cuenta que la corte de Alfonso VI “casado con Zaida” parecía una corte musulmana:

“sabios y literatos muslimes andaban al lado del rey, la moneda se acuñaba en tipos semejantes a los árabes, los cristianos vestían a usanza mora y hasta los clérigos mozárabes de Toledo hablaban familiarmente el árabe y conocía muy poco el latín, a juzgar por las anotaciones marginales de sus breviarios”.

De la relación con el rey nacieron tres hijos, el ya citado Sancho, Elvira que se casaría con Rogelio II Rey de Sicilia y Sancha que sería la primera esposa de Rodrigo González de Lara, conde de Liébana.

Sin embargo, poco pudo disfrutar Zaida de su vida en la corte ya que murió cuando contaba alrededor de 30 años, se dice que de sobreparto. El rey quiso que sus restos descansaran en el panteón que había designado para sí, sus reinas e hijos en el Monasterio de San Benito de Sahagún. En la lápida de Zaida había una inscripción que rezaba:

    “UNA LUCE PRIUS SEPTEMBRIS QUUM FORET IDUS SANCIA TRANSIVIT FERIA II HORA TERTIA ZAYDA REGINA DOLENS PEPERIT”

A este mismo panteón irían poco después los restos de su hijo, el infante Sancho, que moriría, sin alcanzar el trono, en la batalla de Uclés cuando contaba entre 12 o 13 años de edad, menuda ocurrencia la de mandar al crio a que viese la guerra cuando no era capaz de defenderse.

Este sepulcro se perdería durante un incendio en 1810, los restos del rey y de sus esposas fueron recogidos en la cámara abacial hasta 1821, año en el que los religiosos fueron expulsados del monasterio, siendo depositados por el abad en una caja colocada en el muro meridional de la capilla del Crucifijo. En este lugar estuvieron hasta 1835 cuando durante la desamortización fueron depositados en el archivo y de ahí se entregaron en depósito a una parienta de uno de los religiosos, llamada Manuela Sargado. Las urnas de jaspe que contuvieron los cuerpos se destinaron a usos más prosaicos como pilas y abrevaderos. Desde ese momento permanecieron ocultos hasta 1902 cuando Rodrigo Fernández Núñez, catedrático del Instituto de Zamora los redescubrió.

Actualmente los restos de Alfonso VI reposan en el Monasterio de las Benedictinas de Sahagún, y en un sepulcro cercano se encuentran los de sus esposas, entre ellos los que se atribuyen a Zaida.

Desde el 14 de Julio de 1950 la princesa Zaida cuenta con una calle en Madrid y desde el 16 de febrero de 1959 en Cuenca.

Fuentes:
Biblioteca Virtual del Instituto Cervantes
www.andalucia.cc
eldesvandemislibros.blogspot.com
wikipedia