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Cartel de la película de Pilar Miró |
El 21 de agosto de 1910 desaparecía sin dejar huella el vecino de Tresjuncos (Cuenca) Jose María Grimaldos, “El Cepa”, pastor en casa de Francisco Antonio Ruiz, en la también conquense localidad de Osa de la Vega. La desaparición se produjo el día en el que había cerrado la venta de unas ovejas, por lo que la hipótesis del robo es la primera que toma forma.
La familia de Grimaldos puso denuncia sobre su desaparición en el Juzgado de Belmonte, en dicha denuncia apuntan al mayoral León Sanchez y al guarda Gregorio Valero, ambos también trabajadores de Francisco Antonio Ruiz, ya que según los familiares de “El Cepa” ellos solían importunarle y mofarse de las pocas entendederas del desaparecido.
En septiembre de 1911 los denunciados prestan declaración ante el juez de Belmonte, que los pone en libertad por falta de pruebas.
En Abril de 1913 el caso da un nuevo giro al incorporarse al juzgado belmonteño el juez Emilio Isasa, cuando llegó hizo oídos a las quejas de los vecinos de Tresjuncos, y a los comentarios de que tuviera cuidado ya que por aquellas tierras “los asesinos andan sueltos”. El juez se tomó al pie de la letra aquellas acusaciones y ordenó la reapertura de las actuaciones, la detención de León y Gregorio y que se levantara acta de defunción de Jose Mª Grimaldos, a pesar de no existir cadáver. Es en este momento cuando comenzó el calvario de torturas para los acusados a manos de la Guardia Civil. En este marco es en el que se centra la película “El Crimen de Cuenca”, de Pilar Miró, según el testimonio de los descendientes, todo lo que sale en la película fue real, las palizas, las uñas arrancadas, las comidas a base de bacalao sin desalar y sin agua para beber, etc., pero no cuenta todo, ya que, en palabras de ellos, se queda corta en algunos puntos, y tampoco hace referencia a que hubo guardias civiles que se portaron bien con los detenidos y los ayudaron en lo que pudieron, alguno incluso los visitó de forma asidua una vez puestos en libertad.
La instrucción del caso fue un despropósito de principio a fin, ya que ante las torturas los detenidos tuvieron que empezar a inventarse cosas, tales como el lugar donde escondieron el cadáver, lugar en el que cuando iban a buscar, obviamente, no había nada. Finalmente para salir del paso llegaron a la versión de que lo habían troceado y se lo habían echado a los cerdos. En el colmo del despropósito no faltaron incluso testigos oculares del crimen. Así en 1918 comenzaba en la Audiencia Provincial de Cuenca un juicio que condenaba a ambos acusados a 18 años de prisión, de los que cumplieron 12.
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Mapa de situación de los pueblos de los protagonistas |
Esos 12 años fueron un infierno para las familias, ya que eran señalados por la calle como “los familiares de los asesinos”, además ambas familias se reprochaban mutuamente ser los responsables del asesinato, dentro de cada familia hubo igualmente dudas respecto a la culpabilidad o no de los cabeza de familia y entre el pueblo del “supuesto muerto” y el de los “supuestos asesinos” estalló un conflicto de odios y rencillas que duró décadas.
León cumplió condena en la cárcel de Cartagena y Gregorio en la Valencia y ambos fueron liberados el mismo día, hecho que facilitó el que se encontraran en la estación de autobuses de Socuéllamos de regreso a sus casas. Regreso también difícil, ya que seguían siendo señalados y tachados de asesinos, siendo totalmente marginados por sus vecinos.
El giro de los acontecimientos llega el 8 de febrero de 1926, cuando el párroco de Tresjuncos recibe una carta del párroco de la cercana localidad de Mira en el que le solicita la partida de bautismo de Jose María Grimaldos, ya que este quería contraer matrimonio. Ante la sorpresa y el estupor el cura tresjunqueño no responde a la petición y silencia la noticia. Como el tiempo pasa y la partida de bautismo no llega, “El Cepa” aparece de improviso en su pueblo con el revuelo que podemos imaginar. Este día todo el país es consciente del error cometido, además Gregorio y León descubren que ni el uno ni el otro habían matado al Cepa. Tenso fue también el momento en el que ambos se vieron frente a frente con Grimaldos, este llegó llorando y se arrodilló ante ellos pidiendo perdón, y que su desaparición de debió a “un barrunto” que le dio. Sobre el cura de Tresjuncos permanece la incógnita de su muerte, ahogado en un tonel de agua, se especula con un suicidio por mala conciencia o por deudas o con un accidente.
Las familias de los acusados reprocharon posteriormente a la del Cepa que sabían que su familiar estaba vivo, y que los había visitado en Tresjuncos en varias ocasiones, tal y como se desprende de testimonios de niños que afirmaban ver al Cepa en una matanza y que preguntaban “… si los espíritus también comían gachas”, la familia Grimaldos desmiente estas afirmaciones y sostienen que los padres del Cepa murieron con la pena de creer muerto a su hijo.
El Estado por su parte resarció a los condenados dándoles un trabajo de guardas en el madrileño parque de El Retiro. Lugar en el que algunas fuentes sitúan un encuentro casual de ambos con el sargento de la Guardia Civil Juan Taboada Mora, el responsable de sus torturas, este encuentro se saldó con que ambos guardas la emprendieron a patadas y puñetazos con el sargento y que la cosa no fue a mayores porque otros guardias civiles apaciguaron el incidente, y hay quien incluso sostiene que la muerte de este sargento durante la Guerra Civil se debió a la venganza de ambos encausados. A esta teoría apunta el libro “Martirologio de Cuenca” editado por la Iglesia tras la guerra, las familias de ambos lo niegan. Gregorio terminó sus días en Madrid y sus restos reposan en el cementerio de la Almudena, León regresó a Cuenca primero al Pedernoso y finalmente a Villaescusa de Haro, localidad de la que era originaria su mujer.
Pero, ¿Qué motivó a Grimaldos a desaparecer así? ¿Qué hizo durante aquellos años de desaparición?, a la primera pregunta “El Cepa” siempre lo atribuyó a un “barrunto”, muchos apuntan a que se vio con el dinero de la venta de las ovejas y decidió marcharse, a esta pregunta y a la segunda respondió el propio Grimaldos, unos días después de su reaparición, a Ramón J. Sender cuando este viajó hasta su casa como cronista de la publicación “El Sol”:
Hemos realizado varias excursiones por esta comarca. Visitamos primero a José María Grimaldos López, que llegó de Tresjuncos, su pueblo natal, en la mañana del miércoles último.
Nuestra visita le altera un tanto. Su rostro, inmovilizado por la sorpresa, se anima levemente con una sonrisa de niño. Nuestra impresión es que José María Grimaldos es un anormal, quizá un idiota.
Nos damos a conocer.
–Somos periodistas –le decimos– y queremos que usted nos cuente algo de lo que ha hecho durante su huida de estas tierras y de los motivos que tuvo para escapar de tan extraña manera.
Sin cejar en su risa inexpresiva, nos contesta:
–Un barrunto que me dio.
–Pero ¿hubo antes disgustos de familia, o acaso con los compañeros?
–No –responde–. Fue, como le digo, un barrunto.
–Bueno, y ¿adónde fue usted, y dónde pasó estos años?
–Era un día del mes de agosto, de 1910; pensé irme a los baños de Celadilla, junto a Pedernoso, y así lo hice, estando en dicho punto unos días. Después, dispuesto a no volver a mi casa, marché a Camporrobles (Valencia del Cid), donde entré de pastor con José Arroyo: allí estuve un año. Luego fui a Cuevas de Utiel (Valencia), donde permanecí tres años sirviendo en casa de José Ortiz. Volví a Camporrobles, y después marché a Fuenterrobles, donde trabajé seis meses con Fabio Arroyo, y desde este punto fui a Mira, pueblo de esta provincia. Allí presté mis servicios de pastor. Dos años en casa de José Fuentes, que era el alcalde; un año, en casa de Teodoro Clavijo; otro, en casa de Eugenio Salinas; luego, en la de Jesús López; después, en casa de la “Calabaza”, en Villalgordo del Cabriel...
Y así va recordando los años de su ausencia sin gran esfuerzo. Parece como si recitase una lección bien aprendida. Este hombre tiene una memoria feliz. ¿Será la memoria el patrimonio de los tontos?
Recuerda todo lo que ha hecho en su vida; pero durante ésta, y a pesar de su buena memoria, olvidó que tenía madre y que ésta moría de pena con su ausencia, como murió efectivamente, con la tristeza de una tragedia y de un hijo perdido, y olvidó también que tenía hermanas y sobrinos que lloraban.
José María Grimaldos, al marchar de su pueblo, olvidó todos, todos sus afectos. Él nos lo dice así mismo.
Pero José María se iba a casar ahora. José María, hombre sin afectos, ¿cómo cobró uno tan fuerte que le impulsaba a casarse?
Se lo preguntamos, y de nuevo aparece en sus labios la sonrisa indefinible...
–Me caso –dice– porque ya tengo dos nenas: una, de siete años, y otra, de tres. Y antes tuve también un nene... El señor cura me dijo que así no debía estar, y yo, la verdad, le contesté: “Arrégleme usted los papeles y me casaré”. Otro barrunto que me dio.
– ¿No supo usted nunca el mal que había ocasionado a su familia?
–No, nunca. Si lo hubiera sabido... Yo siempre estuve en el campo; nada sabía ni quería saber de nadie; trabajaba..., ¡y nada más!
– ¿Negó usted su nombre y su naturaleza alguna vez?
–Nunca. Siempre fui José María Grimaldos, de Tresjuncos... ¿Para qué había de negar? Yo siempre he sido bueno. Que lo pregunten en las casas donde he trabajado.
El “barrunto” inconsciente de José María Grimaldos ha ocasionado males terribles a tres familias desdichadas. A él le produce pena, mucha pena haber sido el causante involuntario del horrible drama. Al recordarlo sus ojos se enturbian y sus facciones se contraen.
Fuente: El Día de Cuenca