miércoles, 15 de julio de 2009

La Inquisición (IV). El proceso inquisitorial y el Auto de Fe

Los inquisidores se desplazaban por su distrito jurisdiccional invitando a la autodenuncia en un plazo determinado llamado "Tiempo de Gracia". Pasado dicho plazo comenzaban los procesos partiendo de las delaciones, el esquema más o menos era el siguiente:

Alguien formulaba una delación, una vez recibida pasaba a ser estudiada por los asesores del Tribunal, llamados Calificadores. La calificaban determinando cual era el parentesco herético que cabía establecer entre el dicho o hecho denunciado y la clasificación de herejías establecido

Si había materia de delito de herejía, los Inquisidores dictaban Auto de Prisión, el cual era ejecutado por el Alguacil del Tribunal acompañado del Notario de Secuestros (curioso nombre).

Se procedía a la inmediata confiscación de los bienes del reo que pudieran ser habidos, con el fin de que sirvieran para su sustento durante la conducción y estancia posterior en la cárcel. En caso de ser pobre tales gastos corría a cuenta del Fisco del Santo Oficio.

Al llegar a la Cárcel Secreta (se llamaba así a la prisión de los inculpados por el Santo Oficio, aunque creo que todo el mundo sabría donde localizarlas) el reo era encomendado al Alcaide.

Al poco tiempo se tenía la primera Audiencia donde se comenzaba a instruir el sumario, mediante un minucioso interrogatorio acerca de cuestiones personales y familiares.

Amonestado por tres veces consecutivas para que dijese la verdad el Fiscal presentaba su escrito de acusaciones, es decir, hasta ese momento el preso desconocía de que se le acusaba. Y era en este momento cuando el acusado recibía la asistencia de un letrado de oficio, dándosele a conocer los testimonios anónimos que le acusaban.

Respondía el reo a las acusaciones y finalmente procurador y fiscal concluían con los alegatos en pro y en contra del acusado.

Deliberaba después el tribunal y de dicha sesión salía o bien la sentencia de que el reo fuera puesto a "cuestión de tormento" para aseverar sus declaraciones, o bien el esbozo de sentencia, si la inocencia quedaba probada se le absolvía, si confesaba, se le admitía a reconciliación y se le imponía una penitencia. Pero si no quedaba probada ni una cosa ni la otra sobrevenía la sentencia de tormento, la cual consistía normalmente en el procedimiento del Potro, aunque en los primeros tiempos se aplicaba también la polea o la garrucha.

El reo que salía de la cárcel absuelto o penitenciado debía prestar juramento de guardar secreto absoluto acerca de todo lo que hubiese sucedido en el proceso y en la cárcel secreta.

Aquellos que por la gravedad de sus delitos o por obstinación herética lo requerían eran exhibidos en el Auto de Fe y puestos en manos de la autoridad civil.

El Auto de Fe era sin duda el acto más espectacular de la Inquisición, era una ceremonia pensada para demostrar a todo el mundo la victoria institucional de la verdad sobre el error, se nutrió de la gran teatralidad con que la liturgia católica se adornó tras el Concilio de Trento.

Para el Auto de Fe se distribuían las "Relaciones", que eran una especie de gacetillas donde se informaba al país de la fama de los reos y sus delitos.

El Auto de Fe se dividía en 3 actos misa, predicación y lectura de las sentencias. Por último los condenados a muerte eran conducidos por las justicias civiles para ser quemados, vivos si se obstinaban en su herejía, previamente agarrotados si abjuraban debidamente de ella, el lugar donde se ejecutaban las sentencias se localizaba en el exterior de las ciudades y tenía el evocador nombre de Quemadero. Se puede afirmar con rigor que la pena de muerte, al contrario de lo que pueda parecer no fue la mayoritaria y, dentro de estos, los ajusticiados vivos fueron minoría, las penas más ordinarias que salían de estos Autos de Fe solían ser multas, azotes en público, remar en las galeras, o llevar un sambenito. El término sambenito, viene del nombre de dicho ropaje que solía consistir en un hábito llamado saccus benedictus, esto es saco bendecido, y se vestían durante el Auto de Fe y durante la serie de años que marcara su sentencia como afrenta pública e identificación de mal cristiano.

3 comentarios:

Cayetano dijo...

La Plaza Mayor de Madrid fue testigo excepcional de multitud de Autos de Fe que, como ocurría antiguamente con circos y anfiteatros romanos, se convirtieron en auténticos espectáculos de masas: gente morbosa y ávida de emociones fuertes quedaban satisfechas con las condenas de sus chivos expiatorios, riéndose de los reos condenados a llevar el sambenito, como si se tratara de payasos del Price.

Juan dijo...

Un espectáculo especialmente repugnante y sádico. El monumento a la humillación y el envilecimiento de la dignidad humana. Lo que hace el fanatismo religioso y, lo que es peor, como dice Cayetano, las masas aplaudiendo sádicamente. Qué poco dijo de aquellos españoles cuando dijeron aquella célebre y asquerosa frase: "Vivan las caenas".
Saludos y buenas vacaciones.

La Dame Masquée dijo...

Lo de los abogados de la epoca era de terror, porque creo que solo servían para asesorar en cuestiones procesales, no?, pero no es que ejerciaran una verdadera defensa.
Bueno, los actuales tambien suelen ser de terror, jijiji.

Feliz domingo, monsieur

Bisous